sábado, 30 de junio de 2012

Una victoria justa es un delicatessen, ¡sabe tan bien!

La última vez que cotilleé en mi patio fue para denunciar lo mal que lo estaba pasando con la escolarización de mi enano de 3 añitos. Ha sido peor que un parto y hablo con conocimiento de causa (52 centímetros y 3 kilos casi 300 gramos). En el primer sorteo, mi peque no entró en el colegio público que su padre y yo queríamos para él. Fue mala suerte pero había que seguir intentándolo. Pensamos: "si hay más colegios públicos en el barrio en alguno entrará". Púes no. La lógica en estos casos no funciona, y ¿qué hicimos? Pelear.

La suerte (y esta vez de verdad) quiso que conociera a un grupo de madres y padres que estaban en la misma situación. Teníamos muy claro que nuestros niños no iban a salir del barrio y empezamos a movernos: reclamaciones por aquí, recursos por allá, denuncias políticas...y el poder de la prensa. Había que hacer ruido, mucho ruido y parece que lo conseguimos porque la Consejería de Educación decidió aumentar el número de niños por clase. Sin embargo, no era suficiente para dar cabida a más de 100 niños que estaban sin colegio...había que seguir presentando batalla. Inundamos la dirección de area de recursos y "nuestros aliados políticos y periodísticos" siguieron presionando. Y mientras tanto, sin dormir, sin apenás comer, con las lágrimas en los ojos siempre a punto de hacer puenting y más de una se lanzó de rabia e impotencia...pero había que resistir.

Por fin nos llegan buenas noticias: se van a aumentar número de aulas en dos de los colegios públicos del barrio y uno de ellos era el Leopoldo Calvo Sotelo, el que habíamos pedido nosotros. ¡Bien! ¡Mi hijo está en el quinto puesto de la lista de espera y entra seguro! Pues no. La lógica me traicionó de nuevo. Me sentí como Carmen Maura interpretando a Gloria, la protagonista de ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Veía como el problema se iba solucionando para todos los niños menos para el mio. Todos estaban siendo admitidos en coles del barrio y al mío le enviaban al República del Paraguay, un colegio lejos de casa. No me lo podía creer, todo el mundo estaba alucinando con el caso de mi hijo e incluso la directora del Calvo Sotelo. Todos se ofrecieron a ayudar, a acompañarnos donde fuera para conseguir que mi hijo se quedara en el barrio. Asi que de nuevo tocaba peregrinar por los despachos a buscar explicaciones. Al final alguien nos dice que se ha cometido un error, ¡Qué listos! ¡Eso ya lo sabiamos! Pero ¿cómo se soluciona? Menos mal que la directora del colegio se puso de nuestra parte, habló con quien tuviera que hablar, exigió que los niños que estaban en su lista de espera tenían que entrar todos y luego los demás...y así ha sido. ¡Mi hijo ya está matriculado! ¡Todos los niños se han quedado en el barrio! Ya podemos respirar tranquilos.

La lucha ha sido dura pero al final se ha vencido. He aprendido mucho en estas largas semanas. Uno, que el amor a un hijo está por encima de cualquier cosa y que por él se hace lo que sea; dos, que la unión hace la fuerza; y tres, que una victoria justa sabe a gloria bendita y yo tengo todavía un regustín...

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